1 comentarios / martes, 21 de agosto de 2012 a las 10:49 / Publicado por Chiclana Hoy

El Sacamuelas por el Abuelo Chano


Antiguamente, casi todos nuestros barberos ejercían –además de afeitar y cortar el pelo– otra actividad que para nada tenía que ver con la profesión de peluquero.

En la propia accesoria donde desempeñaban su trabajo de fígaro, realizaban –igualmente– pequeñas intervenciones quirúrgicas. Eran curanderos y sacamuelas. Estos hombres, estaban muy considerados en todos los pueblos de Andalucía. Lo mismo cortaban el pelo que hacían de dentistas y se acercaban al mundo de la medicina. Fuera de la naturaleza que fuera el mal o la dolencia que presentara el “paciente”, casi siempre empleaban los mismos remedios.

Rodrigo, el padre de Miguel de Cervantes Saavedra, era cirujano de profesión, “encargado de prácticas sanitarias de nivel básico”. La misma licenciatura y título que poseían los antiguos barberos. El instrumental quirúrgico que utilizaban, era de lo más triste y desolador que os podáis imaginar.

Nada de jeringas y agujas, bisturíes ni tijeras. Unas tenazas que ellos mismos la bautizaron con el nombre de sacamuelas. Había barberos que pasaban sus “consultas” a domicilio, e incluso se desplazaban a otros pueblos para curar, o aliviar todo tipo de dolencia.

Siempre empleaban los mismos remedios: sangrías, con un corte en una vena determinada y ventosas, que normalmente aplicaban en pecho y espaldas, para activar la circulación sanguínea, quitar dolores o mejorar los tendones. Todos estos remedios normalmente servían de bien poco, pero siempre quedaba el consuelo de que “la muerte llega cuando tiene que llegar”. ¡Y es verdad! antes la gente se morían de muerte natural, o de repente.

Lola –una de mis hijas–, allá por los años cuarenta, muy sorprendida me contó que había estado paseando por la calle La Vega con su novio Paco. De buenas a primera, su prometido le dijo: “Espérate aquí viendo el escaparate de Chamorrito que enseguida vengo”. A los diez o quince minutos llegó con mala cara y con un pañuelo en el cachete. Le había entrado un dolor de muelas de esos que te hacen rabiar, y corriendo se había metido en la barbería de Manuel Gómez “Puntillita” para que se la sacara. Esta peluquería se encontraba en Corredera Baja, frente a la central telefónica.

Hablando de dentistas o sacamuelas, voy a contar lo que le pasó una vez a mi chiquillo. Su madre lo llevó al médico de cabecera que le decían “El Titi”, porque una mañana se levantó con la desagradable experiencia de verse con la cara desfigurada con un cachete “hinchado” y le dolía a rabiar. El médico, utilizando palabras técnicas que estaba leyendo en un libro, le dijo a mi mujer: “El niño lo que tiene es inflamación purulenta del tejido conjuntivo, es decir, un absceso dental con acumulación interior de pus que tiene su origen en una carie no tratada”. Mi parienta pensó que al niño le había entrado algo malo. ¿Cómo dice usted don Rafael? “Tumor en las encías. Es decir, un flemón sin más importancia” ¡Tiene guasa la cosa! Con lo bonito y normal que resulta contestar cuando te preguntan: ¿Quillo qué te pasa en la cara que la tiene toda hinchá? ¡Ná hombre ná, que me ha “salío” un flemón porque tengo una muela picá!

Le mandó penicilina con trastomicina. Cuando le había puesto veintitrés inyecciones, Juana “La Practicanta”, que vivía junto al arquillo Reloj, le dijo a mi mujer que eso no era normal que durara tanto tiempo, que se lo tenía que decir al médico.

“Mire usted don Rafael, que mi niño lleva ya para el flemón veintitrés tarro de antibióticos y fíjese usted todavía el pobre como tiene la cara”. “¿Veintitrés? Yo no sé cómo ha resistido este chiquillo tanto medicamento” ¡No me diga usted eso, que yo no se lo he puesto por mi cuenta, que usted ha sido el que se la ha estado recetando, recetanto y recetando!

Ante no era como ahora, te recetaban al tuntún y si tenías suerte, a lo mejor hasta te curaba. Hoy con el modismo de las pantallas, el teclado y el ratón que está de moda en todos los sitios, es lo mejor que han podido inventar para estas cosas.

Recibes una tarjeta individual e intransferible que acredita el derecho a recibir las prestaciones sanitarias que resulten necesarias, desde el punto de vista de tu médico de cabecera... Cuando vas al ambulatorio para pedir número no te piden ya la cartilla, sino te dicen: “Deme usted su tarjeta o dígame su D.N.I.”. Inmediatamente introduce la mencionada tarjeta en una abertura del ordenador desde la cual lee la banda magnética que contiene. Seguidamente el funcionario te ofrece algún día y varios horarios. ¡Ah, antes de que se me olvide –porque tengo la memoria mandá a componé– quiero decir que el otro día fui a pedir número y le dije al celador que si era posible me lo diera por la mañana, el hombre contestó: “Sí, tiene que ser por las mañanas porque a partir del lunes no habrá atención sanitaria por las tardes, a causa de los recortes que están haciendo nuestros gobernantes”. ¡Vamos, que no se puede uno poner ni malo!

Continuemos por dónde íbamos, que no quiero ponerme de mal humor ni cabrearme.

Hasta no hace mucho, llevabas un cachito de caja de la medicina que tu médico te había indicado y te la volvía a recetar. Después se puso de moda una copia de la receta que tenías que guardar para enseñársela al doctor. Luego –al principio del ordenador–, si te tenían que recetar seis cajas de supositorios, te hacían que fuera a la consulta tres o cuatro veces. Pero este control no me disgustaba, pero aún me gusta más, que las recetas te la hagan con la impresora que todo el mundo la entienda. Todavía en muchos sitios la hacen a mano y no vean lo que se pasa para descifrarla.

Antes, como los boticarios también se liaban, te daban las cosas al boleo o te preguntaban para tener una idea: ¿Qué es lo que te duele, el estómago? ¡No!, ¿Tienes ulcera en el duodeno o gastroenteritis? ¡No!, lo que tengo son retorcijones en la barriga y no puedo dar de cuerpo! “¡bueno, pero no importa, tiene unos componentes que vale para lo mismo!” Porque muchos medicamento tienen unos nombrecito que se las trae. Se llaman casi iguales y varía muy pocas letras, pero es para otros males.

Bueno, pues voy a seguí por donde iba. Mientras le estuvo viendo el flemón a mi hijo, le fue recetando antibiótico por un tubo. Después de tanta penicilina y viendo que no se le había bajado la inflamación, –como no sabía ya que hacerle– le dio un volante para el especialista, aunque creo que se equivocó, porque puso odontólogo en vez de dentista. Había que pedir –como siempre– cita en el hospital de Cádiz (Residencia) y esperar un montón de semanas y meses. Su madre, asustada por el tiempo que llevaba el niño en el mismo plan, enseguida que cobré la nómina en el trabajo, aprovechó la ocasión y lo llevó a La Isla, a un dentista de pago que estaba junto a la parada del Canario en la calle Real. ¡Corona el dentista, que alguno de ustedes conocerían!

Este experto y capacitado profesional, nos dijo que había que hacerle una radiografía en la mandíbula, o maxilar inferior, que creo que fue la palabra que utilizó. Lo miró por rayos X y encontró que tenía un raigón picado que le había dejado dentro Florentino, cuando le extrajo una muela en su casa en la calle Huerta Chica. El Doctor Corona, dijo que tenía que abrirle la encía para quitarle un resto de muela que tenía y se acabaría el problema. Pero por lo visto, tenía algo más. “He podido detectar que al lado tiene un molar que hay que practicarle una Endodoncia” ¿Eso qué?, dijo mi mujer. “Se realiza en aquellos dientes o muelas en que el nervio y vasos del interior del hueso se encuentra lesionado o infectados, como en este caso. Vulgarmente conocido como “matar el nervio”. Procedió a sacarle el raigón, le mató el nervio y lo dejó como nuevo.

Abuelo Chano









1 comentarios:

  1. . Isabel el 21 de agosto de 2012, 12:37 dijo ...

    Parece hasta mentira que estas cosas pudieran ocurrir antes. Si no fuese porque nuestros mayores nos las confirman, no podríamos creerlo la generación de ahora.
    ¡La historia es el pasado de nuestros antecesores!


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